jueves, 19 de julio de 2012

22/1/2012 La isla perdida en el Pacifico, Rapa Nui.


Decididamente tengo mucha suerte. El billete que tomé para ir a Isla de Pascua me presentaba un asiento en clase bussines a un precio inferior que la clase turista en el trayecto de ida.
En principio pensé que era un error pero escogí esa opción.
La sorpresa es que no había error ninguno, debe ser como un regalo que deben hacer de tanto en tanto y me tocó a mí.


El sillón enorme con muchísimo espacio por delante se estiraba completamente convirtiéndose en una cama, también tenía una gran variedad de posiciones intermedias.
Me dieron nada más sentarme (entramos antes que nadie) un zumo de naranja natural mientras observábamos pasar a los sufridos pasajeros de la clase turista.

Nos dieron prensa y revistas, una mullida almohada y una manta tipo nórdico enorme que cubría todo el cuerpo. Tv con películas a la carta en cada asiento, tres azafatas para los treinta que estábamos en primera clase.

La comida caliente, buenísima con gran variedad de panes a escoger, cubiertos metálicos, servilleta de tela y vaso de cristal. Como una reina, disfrutando del premio pase las cuatro horas de viaje.


Rapa Nui está en Polinesia en Oceanía a 5000 km. del continente americano por oriente y a otros tantos de la isla de Tahití por occidente.
Es la isla más aislada del globo terráqueo, el ombligo del mundo, nos comentaba Cesar, el camarero de una terraza donde hemos tomado unas cervezas mi nueva amiga Marta. Es catalana de Barcelona la he conocido en el camping.

El avión aterrizó como suele hacerse en las islas pequeñas, volando cada vez más cerca del mar hasta que las ruedas tocan tierra, en ese momento despliegan todos los mecanismos de frenado ya que es tan pequeña la pista que si se descuidan salen al mar por el otro lado.
Hace gracia ver la pista de aterrizaje como una línea con mar a ambos lados.


Al bajar por la escalerilla pude apreciar los intensos azules del cielo y mar contrastados con la variedad de verdes de la vegetación.
Un swing de calurosa dejadez flotaba en el aire.
Un bienestar se apoderó de mi estado anímico y supe en ese momento que Rapa Nui no iba a defraudarme.

Me recibió la dueña del camping en el aeropuerto colocando un collar de flores alrededor de mi cuello. Yo estaba excitadísima por la emoción de estar aquí.

El camping es como un jardín junto al mar con las tiendas bastante cerca unas de otras pero no molesta, el entorno con flores, verde y el mar con rocas donde rompen las olas, tan cerca, sin barreras, hacen que este lugar sea idílico pese a su sencillez.


Se llama Camping Mihinoa.
Los servicios como cocina, salas de estar aseos y duchas están bien dotados, son amplios y limpios, muy soleados con amplios ventanales, en fin un sitio perfecto para dormir bajo las estrellas.

Con Marta se ha creado muy buena sintonía, está viajando sola en su año sabático que empezó en septiembre, muy ilusionada por lo que va a vivir y contenta de lo ya experimentado en estos meses por Sudamérica.


El ambiente en el campamento es de gente joven y tranquila, ya he conocido a tres chicas chilenas, las tres viajan solas y una pareja también chilena, todos ellos muy simpáticos.

La puesta de sol delante de nosotros ya que estamos acampados en el oeste de la isla, con esos rojos contrastando con el azul del mar invita a un placentero sueño.

El sol se pone a las diez y hay dos horas de retardo respecto a Santiago por lo que para mi cuerpo son las doce.


Desde mi tienda, viendo los últimos rayos reflejados en el cielo me doy las buenas noches.

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