viernes, 20 de julio de 2012

5/4/2012 Regreso a Sao Felipe, Fogo



Muy temprano ha empezado a recoger al pasaje el colectivo tocando el claxon por la única calle del pueblo.
Es divertido observar como discurre la vida en estos sitios alejados de los abastecimientos de los pueblos más grandes.
Me senté al lado del conductor y podía oír y ver cómo le iban dando dinero gentes que salían de sus casas al encuentro nuestro para que les compre (el conductor) lo necesario para poder subsistir mínimamente bien.


Otros les daban mercancías de la huerta, principalmente unas habitas verdes pequeñas, en bolsa de plástico para que sus contactos en la city se los vendieran en el mercado y con las ganancias traerles otros productos necesarios que no se consiguen en medio del volcán.
El minibús quedó abarrotado hasta los topes y durante el trayecto iba parando en lo que podría llamarse otros pueblos porque así viene marcado en los mapas pero que son un pequeño puñado de casas y a veces menos de eso.
Me gusta ver la expresión en los rostros de los que piden que se les compre algo, miran como pidiendo un favor, directamente a los ojos pero con un deje interrogativo en la mirada. El chofer es el cargo, el abastecedor, el que les facilita las cosas que necesitan
.

El coche se paraba en medio de la carretera sin problema alguno, esa carretera por cierto muy bien asfaltada y ancha en un buen tramo, es solo para ellos, nadie o casi nadie tiene coche, nadie sube o baja por ahí de no ser los taxistas pero no a esas horas.
En una de las paradas he visto un burrito atado en el quitamiedos o como se llame la barrera metálica que separa la carretera de la cuneta en los tramos difíciles, allí debió pasar la noche.
La actividad de los lugareños estaba iniciándose, salían las gallinas a procurarse sustento, alguna en medio de la carretera, siempre me ha intrigado que pueden encontrar de comer en el asfalto, debe ser que les gusta descargar adrenalina con el riesgo de ser atropelladas.


Por fin llegamos al destino no sin antes pasar por el aeropuerto para que se bajaran mis amigas francesas que salían hoy hacia Santo Antao, por lo visto el recorrido de la hiace es aleatorio, a la carta, a gusto del consumidor.
Por supuesto a mi me dejó en la puerta del hotel donde estuve el primer día, el de lujo precio de hostal especial para mí por mediación de mi amigo caboverdiano Arlindo.


Como ya he vuelto a la civilización y tengo electricidad he puesto mi blog al día, he respondido mis mails, ordenado mis fotos, etc
Un mail de mi amor francés desde Brasil me dice que le diga mi próximo destino para encontrarnos…………..Mi próximo destino es ya a casa, se acabó el año sabático.
He intentado ir a la farmacia para comprar pastillas para el mareo, mañana no quisiera pasarlo mal en el catamarán, la sorpresa es que esto es un lugar sin estrés por lo que por las tardes no se trabaja.
¡¡¡faltaría más¡¡¡ trabajar toda la mañana ya es suficiente, seguro que no quieren ser los más ricos del cementerio y creo que hacen bien pero yo me quedo sin mi medicación por falta de previsión. El estar acostumbrada a tener disponibilidad de adquirir cualquier cosa en cualquier momento tiene esas cosas.


Mientras bajábamos en el colectivo, el joven que estaba sentado a mi lado, recibió desde los pasajeros de atrás un cuadradito envuelto en un papel, lo partió en dos partes, se llevó una a la boca y me dio la otra.
Evidentemente que la cogí dándole las gracias y me la puse en la boca, era un chicle (goma de mascar) no muy bueno.
Me gustó el detalle de compartir conmigo algo tan innecesario y absurdo como un chicle, sin preguntarme si quería.
“¿Quieres? Se pregunta a los muertos”, decía mi madre que era muy refranera.
Al principio, de pequeña, no entendía lo que significaba, luego supe que solo se pregunta cuando no quieres dar, que hay que compartir sin preguntar, que si no quieren ya dirán que no.
Esas eran las enseñanzas de mi madre, las que yo mamé, las que maman los caboverdianos y creo que en esencia los que tienen poco. Sorprendentemente es más generoso quien menos tiene.

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