jueves, 19 de julio de 2012

24/1/2012 Visitando Orongo y el volcán Ranu Kau, Rapa Nui



Era una aldea ceremonial construida entre el cráter del volcán y en mar enfrente de los tres islotes o “motu” donde anidaban los Manutara (Gaviotín Apizarrado).
Este hecho transcendental para el rito “tangata-manu” de competencia entre diferentes tribus por el poder.
Sus jefes (o designaban un representante) tenía que descender el peligroso acantilado y nadar hasta “Motu Nui” el islote más grande de los tres, permanecer allí aguardando la llegada de los Manutara y conseguir ser el primero en regresar con un huevo de esta ave.
Al regresarse se le investía de “tangatamanu” u hombre pájaro y el rey al que representaba era el que mandara por ese año.


Llegamos, Marta y yo, montadas en la moto dando tumbos por la abollada y pedregosa ruta de acceso.

Por el camino paramos para observar la vista de la ciudad, los cerros del interior de la isla, se veían también las dos costas con mar a ambos lados, en la lejanía podía verse el volcán Ranu Raraku en el extremo más lejano (escasos 25km).


La impresión fue fantástica al llegar y asomarnos al cráter.
La chimenea perfecta con un lago dentro lleno de vegetación mohosa flotando y un trozo de su pared erosionado por el paso del tiempo dejando ver el mar por la escotadura creada.

La población de Orongo pertenece a un Parque Nacional.
Está marcada una senda a seguir sin poder salir de la misma para no colaborar en la erosión natural producida por el viento y las tempestades.


El pueblo estaba construido mirando los tres islotes que se ven preciosos, como tres rocas tiradas caprichosamente al mar.
La reconstrucción del mismo permite ver como estaba en sus orígenes pero como las edificaciones se hacían superponiendo piedras planas unas encima de las otras, no queda ninguna casa original en pie.


En el extremo se encuentran grandes rocas gravadas con petroglifos alusivos a las ceremonias que se practicaban.
Son hermosos y algunos bien conservados.
Cuesta creer que esto permanezca después del expolio que sufrió esta aldea por los coleccionistas de restos arqueológicos.

Hemos tenido la suerte de llegar temprano por lo que hemos podido disfrutar de estar contemplando tanta belleza en silencio y sin turistas, cuando han empezado a llegar los grupos de “Guiris” nos hemos ido.


Aprovechando la moto hemos hecho otro recorrido de los tres que hay en esta isla, por lo que en teoría ya lo hemos visto todo.


En el recorrido hemos podido contemplar mas moai en buen estado de conservación en Ahu Akivi donde una pareja con dos niños muy espabilados jugando con sus bicicletas a hacer carreras a nuestra moto, nativos, estaban vendiendo piñas autóctonas peladitas y frescas.
Nos hemos comido una cada una sentadas delante de una fila de moais alineados observándonos desde sus poltronas calladitos, no les hemos invitado ¡estaba deliciosa¡


Más adelante encontramos una hermosa cueva con plantas de plátano en la entrada.
Al estar esta en un agujero en el suelo, los plátanos quedan protegidos del viento y mantienen la humedad.
La cueva era muy grande con un agujero en el techo por donde entraba claridad realzándola.

Ya habíamos llegado al punto más distante de nuestro recorrido, visitando una aldea en ruinas junto a un acantilado cuando ha empezado a llover por lo que hemos dejado lo que nos falta por ver para una excursión a pie mañana.


La puesta de sol maravillosa como siempre.

Desde los ventanales de la cocina, el lujo de prepararnos la cena y cenar con este espectáculo gratuito diario.

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