viernes, 20 de julio de 2012

19/3/2012 Candomblé en Salvador de Bahía



Salvador es una ciudad bonita en lo que concierne a ciertos barrios como en el que estoy hospedada, Pelourunho.

Anoche, cuando llegué con mi guía en la mano se me acercó un joven ofreciéndome otros alberges donde alojarme en los que él, como es lógico tenía comisión.

Era un muchacho de aspecto poco fiable, no tanto por parecer agresivo, que no lo parecía sino por la mirada lateral, algo esquiva, hombros caídos, delgado, larguirucho y con aspecto de estar esperando ser vapuleado. 
En fin que parecía como si hubiera llevado muchas represalias encima.


No me gustó lo que me ofrecía y decidí alojarme en el que mi guía me indicaba, “Galería 13” es el nombre del mismo, me pidió propina, me negué, yo no pedí sus servicios, le contesté.

Luego, mas tarde me arrepentí, me dio pena en la distancia aunque no me gusta que nadie me dé pena, no debería ser así, pero es.

Esta mañana le he buscado para darle esa propina que ayer esperaba. Lo vi que la policía lo sacaba del hostal que me quería llevar.
No le dije nada en ese momento por no perjudicarle, esperé preguntando en un comercio por una bandera parche para mi mochila y al salir ya no estaba.
Lo encontraré otro día.


Pelourunho es una zona repleta de calles de casa bajas, multicoloridas de tipo colonial y muchas iglesias barrocas.
Sus calles adoquinadas la hacen difícil para caminar con chancletas que por estos lares llaman Hawaianas.
Un paseo por estas seguras calles ya que están prácticamente tomadas por policías que vigilan por esta especie en no extinción que es el turismo, hace que se me olvide los enormes rascacielos que vi con recelo ayer desde el muelle al llegar.

Fui hasta el centro del Candonblé (oficinas y todo) llamado FENACAB que está cerca de donde tengo el hostal. 
Me comunicaron que por el módico (¿) precio de 70 reales podía asistir a la celebración del ritual que tendría lugar a la noche.


En principio me echaba para atrás el hecho que seguramente habría mucho de folclore dedicado los foráneos pero decidí que valía la pena.

A las cinco de la tarde, en la hora de la caipiriña baje a tomarme una y socializar con los compañeros del hostel.
Con unos británicos, uno de ellos un mulato de casi dos metros muy atlético y guapo, el otro a su lado parecía enclenque pero solo por la relatividad de a quien se le comparaba pues era lo normal, estuvimos charlando de sitios comunes visitados. Muy ameno.

A las siete me recogieron para mi experiencia religiosa, presenciar el ritual candomblé.

Adiviné quien era el que me vino a buscar pese a estar mezclado con los huéspedes que estaban aún celebrando la hora de la caipirinha porque hacia cara de sacristán. 
El me reconoció también porque me vestí de blanco con una camisa de manga larga y falda hasta el tobillo.


El ritual empezó con la parte de influencia católica, todos de pie y contestando al iyalorixá algo similar a cuando se reza la letanía.

Paró el ritual e hizo que una de las mujeres me llevara adentro para cambiarme mi falda ya que a pesar de ser larga y blanca, tenía dibujos negros era negra y eso distorsionaba la ceremonia.

Solventado el problema de mi vestimenta continuó el ritual (me estuvieron esperando).

Los hombres estaban a un lado de la sala y las mujeres al otro, todos descalzos.

Los participantes en el ritual, una docena de mujeres de edades diversas y un hombre, iban totalmente vestidos de blanco.


En la siguiente parte estaba la aportación africana con bailes y cantos africanos con unos bongos y timbales y otros instrumentos que no reconocí, en conjunto sonaba como la música africana y los cánticos también.

Las mujeres y el hombre iban bailando en un circulo y el Iyalorixá, un hombre de setenta años que fundó este templo llamado casa (y eso es lo que es, una casa con altares) hace cuarenta años, los animaba a hacerlo con más interés del que demostraban puesto que tenían cara de aburridos y algún bostezo de vez en cuando se le escapaba a alguna.


La primera impresión es que mucho entusiasmo no le ponían
Un cubo con incienso quemándose llenó paulatinamente el local de humo haciendo incomodo para los ojos y yo que soy muy sensible a la falta de oxigeno notaba el aire enrarecido.

Como sería muy largo describir todo lo que aconteció en las dos horas y media que estuvimos allí, lo resumiré diciendo que poco a poco se fueron sugestionando haciendo movimientos repetitivos concentrados mirando al suelo.
De tanto en tanto alguna hacia movimientos extraños de cómo si las poseyera un espíritu.


No se nos permitió estar hasta el final, el resto de la ceremonia fue privada, los seis mirones que estábamos de observadores tuvimos que marchar ¡que se le va a hacer¡ de todas formas ya me puedo imaginar cómo seguía por películas que he visto.

En resumen, creo que para los participantes es tan aburrido y monótono como lo era para mí asistir a misa cuando creía en ello porque una cosa es creer y otra muy distinta estar haciendo lo mismo cada semana.

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