jueves, 19 de julio de 2012

9/2/2012 (Adiós Argentina), Colonia y Carnaval de Montevideo, Uruguay.



Me acompañó hasta la estación del Ferry, Alejandra. Realmente la amabilidad de estas amigas es exquisita.
Al alejarnos de la ciudad se veían los rascacielos proyectándose hacia el cielo, una imagen bonita, creo que la única manera de que mis ojos vean esos monstruos con agrado es en la distancia.

El barco me sorprendió por lo lujoso, no me lo esperaba. Grandes espacios enmoquetados con bonita decoración, piano bar donde se nos deleitó durante la travesía una cantante acompañada de un piano con una voz perfecta.
A todo esto yo ya estaba durmiéndome por el bamboleo del barco en los cómodos butacones reclinables.
El oír esos blues, esa música de jazz, me ha sensibilizado nuevamente despertando mi vena romántica, creo que aún necesito más legión, otro viaje de otros 12 meses.


En un plis-plas ya estábamos en Colonia, Uruguay, donde me tomé un par de horas para recorrer sus calles ya que ese lugar está declarado de interés artístico y cultural por la Unesco.
Es pequeña pero muy agradable, pasear por sus calles a la sombra de los árboles viendo las fachadas de sus antiguas casas o contemplar el faro rodeado de un grueso muro de piedras en ruinas.
El bus hasta Montevideo duró dos horas y media pero fueron muy agradables.
A mi lado estaba una mujer de unos 45 años, arquitecta, madre de dos hijos, buena conversadora y muy amable.
Se estableció buena sintonía entre nosotras, me dio sus tarjetas tanto personal como la de trabajo pidiéndome que la llamara si tenía cualquier duda, problema o necesidad o porque sí, para encontrarnos de nuevo.


Me explicó que eran carnavales (hoy y mañana) que pasan rúas a las que llaman “llamadas” (redundancia) aconsejándome que fuera a verlos y eso hice.

Nada más dejar mi mochila (la maleta la deje en consigna en la estación de buses para mañana que viajo a cabo Polonio) en el único hostal en el que había una cama disponible (mi ángel de la guarda no me deja tirada) me fui hacia la calle de la Llamada, a dos cuadras del hostal.

La calle cortada, vallada con tribunas y sin posibilidad de ver nada si no se tenía entrada.
Yo ni tenía ni podía comprar por estar agotadas.
No fue obstáculo para que me lo pasara mejor que viendo el desfile. Me fui donde estaba la cabeza de la rúa, una calle por encima.


Allí se concentraban los nerviosos participantes en espera de poder salir que como eran tantos los participantes a la hora de haber empezado los últimos aún no habían salido. Estuve entre ellos haciendo fotos de y con ellos.
Como tenían ganas de empezar, empezaron allí mismo deleitando a los presentes con sus tambores y bailes en los que también participamos, así se les pasaban los nervios de la espera.
Fue divertidísimo, como estar dentro de la rúa, como participar en ella.

Al volver al hostal terminé de hacer el check-in que lo dejé a medias por salir corriendo. Cuando me llamó la recepcionista, Maria Teresa, como dice el pasaporte que les deje le corregí diciendo Maite.
Me contó que hacia un rato habían llamado preguntando si se alojaba una española llamada Maite y le dijeron que no.


Solo tenía dos posibilidades de que alguien me buscara, o mi nueva amiga Gabriela, la uruguaya del bus o mi amigo Felipe que estaba pendiente de ver cuando llegaba con el que no pude conectar el día anterior ni hoy.

En el patio jardín del hostal una pareja de cariocas, él tocando la guitarra y cantando, ella cumpliendo años.
Me pidieron de unirme a ellos en los juegos que estaban haciendo, fue divertido, era como un corro, todos cogidos de las manos cantando en brasileiro, cambiando de dirección según pedía la canción y aumentando la velocidad de giro.


Estaban participando también los recepcionistas, entre risas y jolgorio ya me sentía cansada de este largo día lleno de estímulos.

Muy excitada por la música y los bailes me fui a dormir, me costó relajarme.

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