viernes, 20 de julio de 2012

29/3/2012 Adiós Brasil, Fortaleza, Ceará



Todo tiene un final y el de la etapa Brasil toca su fin.

En resumen podría decir que este país es el jardín de las delicias para los sentidos.
Buenas playas con hermosos entornos selváticos, deliciosas frutas, variedad de paisajes, pueblos bucólicos donde la vida discurre con la lentitud del que no tiene prisa, del que no nació en el asfalto.
Los días de Pipa han sido deliciosos, en cierta manera y salvando las distancias, generó en mí impresiones similares a las que sentí estando en Cabo Polonio (Uruguay) lugares que mantienen su personalidad a pesar del turismo.


Fortaleza es una gran urbe de casas bajas en su mayor parte de territorio con edificios altos en la zona centro emergiendo de entre los más bajos como espárragos en el campo.

Observado a vista de pájaro desde el avión, la ciudad hace un pico proyectado en el mar.
En un lado de ese pico el puerto, al otro lado una larguísima playa.
Entre la vasta panorámica de viviendas hay islas verdes de vegetación que deben hacer de pulmón oxigenador.

Durante la larga espera en el aeropuerto entablé conversación con Arlindo, un mulato caboverdiano que viajaba a Fortaleza con cierta frecuencia para conseguir el material para su agencia de viajes, cosas como libretas o carpetas xerografiadas con el logo de la empresa.

Se estableció buena sintonía entre nosotros, disfrutamos de la espera muy entretenidos en nuestra conversación.


En el avión él iba en primera, yo en clase económica.
Al poco de despegar se vino a sentar junto a mi, continuamos con la charla convirtiéndose en más intima a medida que pasaba el tiempo envueltos en la penumbra de la cabina que tenía cerradas las luces para descanso de quien quisiera dormir.

Rememoré “Emanuel” antigua película llena de erotismo.

En el aeropuerto de Praia fue no apto para cardiacos. La larga fila de los turistas que debíamos sacar el visado de entrada con una sola persona atendiendo el requerimiento me pareció poco considerado.

Me hacían pagar 25 € para el visado, como lo llevaba dólares me pidieron 40, así por el morro. O ha subido mucho el euro en relación al dólar o me tomaron el pelo.

Yo estaba algo impacientada porque me estaban esperando en casa de Guilles, mi anfitrión que me hospeda en su casa, aún sabiendo que el conserje estaba avisado y que podía llegar a la hora que fuera, no quería que fuera demasiado tarde.


Como siempre pasa y el refrán reza “vísteme despacio que tengo prisa” no podía faltar que fuera una de las escogidas para revolverme el equipaje en busca de drogas.

La verdad es que nos registraron a muchos.
Lo peor es que la que iba delante mío en la violación de las maletas llevaba dos carritos de maletas y bultos varios, tardaron casi media hora en registrarla, lo miraron todo ante la vergüenza ajena que sentí viendo el revoltijo de ropa, medicinas y cosas inimaginables dentro de su equipaje.

Salvado estos escollos que me llevaron más de una hora, iba a tomar un taxi cuando un joven se me acerco a cogerme la maleta, no le dejé y viendo que me acompañaba como si fuera el taxista recordé lo que me pasó en Hanói que uno me negoció un precio para llevarme en taxi y lo que hizo es coger un taxi conmigo queriéndome cobrar lo pactado, cuatro veces más caro del importe del taxímetro.

Le pregunté si era él taxista, me dijo que no, le dije que no me acompañara que no requería sus servicios. Se fue no muy contento, no le fue bien la caza del turista conmigo.

Llegue sana y salva a la casa donde una habitación con la luz abierta me daba la bienvenida a la una y media de la madrugada hora local.

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