jueves, 19 de julio de 2012

8/2/2012 Milonga Sueños Porteños, Buenos Aires



Como despedida de la ciudad del tango no podía faltar una milonga donde sacar viruta al suelo estrenando mis nuevos zapatos.
Ricardo, mi fiel acompañante, me ha llevado a bailar al Boedo tango, una preciosa y enorme sala bien dotada de varias pistas de suelo de madera donde poder bailar más descongestionados. Estaba llevada por la compañía Sueños Porteños.

No logré ver en ningún momento como se hacían las señas para salir a bailar, o son muy sutiles o yo muy despistada (reafirmado). Me alegro que en Barcelona y el resto del mundo se saque a bailar como se debe, pidiéndolo de palabra.

Los tangos los ponían agrupados por autores. Eran todos conocidísimos por mi pero lo que nunca he prestado atención es de saber de quién es cada uno, esa incultura musical me la ha censurado mi compañero que como bien dice si sabes el nombre de esa canción que te gusta podrás ir a comprarla y volver a oírla, sino se tiene que tararear al vendedor.


Me ha puesto algo melancólica oír esos tangos que bailaba con mi pareja y amigos, me he acordado de aquel tiempo en que toda nuestra actividad lúdica giraba en torno al tango.

Íbamos a todas las milongas, encontrábamos a la misma gente, casi nos pasábamos lista de ver quien había faltado, formamos un grupo de amigos con la misma afición, en fin que me sentía bastante perteneciente a un grupo, cosa rara en mí que siempre voy desclasada.

Creo que aún no he superado muchas cosas que deberían estar ya en el baúl de los olvidos, necesitaré un año más de legión, un año más de estar fuera de casa.


Hemos estado bailando hasta las diez de la noche pues quería ir a casa para poder departir con mis amigas y anfitrionas pero en el trayecto de vuelta nos hemos pasado de parada.
Me lo ha parecido cuando he ido viendo que las calles por donde pasábamos eran muy oscuras y sin gente, además de que nos ha parado un paso a nivel durante mucho rato para dejar paso a un enorme tren de pasajeros.

Extrañada le dije a Ricardo si era normal que el tren pasara por en medio de la ciudad ya que nuestra parada era en una zona muy céntrica, me ha costado convencerle que preguntase al conductor por aquello que los hombres nunca lo hacen.
La respuesta fue que efectivamente nos habíamos pasado pero el conductor nos dijo que no bajáramos en esos barrios que eran peligrosos por lo que continuamos hasta llegar a una zona más habitada.

Quedé gratamente sorprendida de la amabilidad del conductor preocupándose de nuestra seguridad, otro hubiera pasado de todo.
Es agradable esa sensación de estar protegido por gente desconocida sin necesidad de hacerlo, altruistamente. Devuelve la confianza en el ser humano.

Me he despedido de Ricardo que no se si volveré a ver nunca más, ha sido muy gentil conmigo acompañándome a todas partes y procurando que estuviera contenta en todo momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario