viernes, 20 de julio de 2012

27/3/2012 Despidiéndome de mis delfines, Praia Pipa. Rio Grande do Norte



Si me lo cuentan no me lo creo, tercer día de playa y feliz.
Claro que la razón está en poder nadar rodeada de delfines. Como lo anteriores días, estaban cerca pero guardando distancias.

Lo he comprobado, no hay que ir a nadar hacia ellos porque cuando llegas ya se han ido, yo nado por donde me apetece a cierta distancia de donde rompe la ola y son ellos los que tarde o temprano aparecen a escaso metro u medio.


Intentar estar más cerca es causa perdida, me he enterado por el que alquila las hamacas que no se dejan tocar. 
Me parece lo normal y correcto, solo con tenerlos nadando tan cerca ya es satisfacción suficiente y lo otro sería muy arriesgado para ellos.


Hoy el último día de delfines y el último día de playa en Brasil, mañana viajaré a Natales que está a dos horas de aquí para tomar un bus hacia Fortaleza donde espero pasar la noche y volar pasado mañana a Cabo Verde, pero eso ya será otro día.

Por ser el último día en Pipa he aprovechado largamente la playa, seis horas entre leer a Carl Sagan envolviéndome en ese mundo cósmico acompañada de su mano que tan bien sabe conducirme y nadando con mis escurridizos amigos, mis ancestros.


Por la tarde en el hostal he conocido al hombre más maravilloso del mundo a pesar de ser francés.
Estaba preparándome la comida no podía abrir una botella y le pedí ayuda, el estaba tendido en una hamaca en el jardín al lado de la piscina oyendo música, dejó los auriculares, me abrió la tapa de la botella de agua, nos pusimos a hablar olvidándome de que tenía el bocadillo a medio preparar.

Cuando me quise dar cuenta se lo habían comido las hormigas, intente recuperarlo pero lo que logre es que se me subieran por los brazos atacándome como fieras. 
Es lo que tiene o amas o comes.


Seguimos hablando el resto de la tarde saliendo luego a dar un paseo. 
Nos dio curiosidad un hermoso jardín de un hotel tipo resort que daba a la parte alta del acantilado que hace de pared a la playa de los delfines.

Entramos como si estuviéramos alojados allí pasando muy decididos por delante de la recepción. 
El jardín era precios, nos tumbamos en un sillón redondo doble de mimbre acolchado, me recordaba una yacusi, allí nos entretuvimos en contar las estrellas.


Después unas copas de caipiriña en el bar donde trabaja Eli, mi amiga la catalana que conocí ayer, estaba riquísima. Curiosamente tantos días en Brasil y aún no la había probado.
La noche pasó volando. Como todo lo bueno cuanto más breve mejor, tuve que despedirme. 
Han quedado unos puntos suspensivos en el aire……………………………¿nos volveremos a encontrar? 
Esto nunca se sabe, la vida es así.


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