jueves, 19 de julio de 2012

4/2/2012 Tango en Buenos Aires



Ha sido un intenso día que ha empezado a las cuatro de la mañana que me he levantado para ir al aeropuerto.
Llegada a Buenos Aires, mis amigas me esperaban en la parada del bus.

Tras una refrescante ducha nos fuimos a patear las calles de esta bonita ciudad.
Como es sábado por la mañana los cafés de la zona de Palermo exponen en sus locales y en la calle los diseños de moda en ropa de lo más variado.

Como ya tengo agujeros en la ropa que llevo de tanto uso me he decidido a renovar lo que está peor.
Me he comprado un par de cosas para sustituir las lesionadas.


Las calles de esta zona están repletitas de comercios y cafés en edificios bajos de solo una planta encima lo que les confiere una agradable sensación de espacio abierto.

Cae un sol de castigo que se alivia yendo por la sombra y tomando unas limonadas heladas en un bonito bar.
Alejandra y Lorena son mis anfitrionas, me tratan como a una reina. Son pareja, tiene un carácter muy sosegado, siendo ambas diferentes son muy parecidas en sus cálidas maneras, me siento muy cómoda con ellas.

Como le dije a Lorena que quería ir a bailar tango hizo una labor de investigación con sus conocidas tangueras, me tenía preparados varias hojas con las mejores milongas de la ciudad y sus características, un encanto de mujer.

Fui a la llamada Canning en Scalabrini, un precioso edificio con tienda de artículos de tango en su entrada. El lugar es amplio, bien ventilado y con mucha gente.


Llegué a la clase de tango que hacen antes de la milonga pues me habían aconsejado hacer esto para entrar en contacto con bailarines ya que si no te conocen no te sacan a bailar y aquí no se estila que sean ella las que inviten a hacerlo.

Como siempre suela pasar había más mujeres que hombres pero tuve suerte ya que con el primero que bailé ya no me soltó en toda las dos horas de clase a pesar de que el profesor iba diciendo “cambio de pareja” para así hacer una rueda para que puedan bailar todas.

Después empezó la milonga, el local se fue llenando paulatinamente de bailarines principalmente mujeres.
Los hombres en su mayoría sesentones eran los amos, se los rifaban por lo que se les notaba subiditos de ego.


Estuve un rato observando cómo bailaban, es algo diferente que en Barcelona, aquí no se hacen figuritas ni boleas ni nada de exhibición, es un tango recogido en un fuerte abrazo, bien sincronizado y con mucho estilo. Daba gusto verles bailar.

Lo curioso es que los hombre pide de bailar en la distancia con una ligera inclinación de cabeza hacia un lado como diciendo “vamos” y ellas contestan con otra inclinación de cabeza hacia abajo que significa”si”. Ambos se levantan en la distancia y se encuentran en la pista.

Al principio no me di cuenta de este juego entre águilas y lechuzas.
Águilas por ellos que están al acecho de escoger con quien bailar y lechuzas ella que con os ojos bien abiertos esperan no perderse esa llamada a pista.
Por eso me extrañaba ver que de pronto se levantaban hombres y mujeres de puntos muy distantes para encontrarse en el ruedo. Cuando vi cual era el código que usaban lo entendí todo.

Como estaba levantada desde altas horas de la mañana me fui a casa. No pasaba ningún taxi libre por lo que esperé al bus cuando Ricardo, el joven con el que bailé en la clase vino a mi encuentro y empezamos a hablar (en la milonga no se habla demasiado, solo se baila).

Hemos quedado para ir mañana juntos a San Telmo que se baila en la calle, puede ser divertido.

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