jueves, 19 de julio de 2012

9/3/2012 Desde Copacabana a Belo Horizonte, Rio de Janeiro



Último día en Rio. Esta ciudad me enamora.

Paseando de buena mañana por la enorme playa de Copacabana, viendo a los pocos madrugadores disfrutando como yo de un paseo matinal con el sol intenso a pesar de la hora pero más benévolo que a las horas del medio día.

La gente con la que me cruzo, variada fauna playera en bañador, presenta características bien definidas
.

Están los que (como yo) se han caído de la cama, edades avanzadas de cincuenta para arriba, yendo a pasar ese insomnio matinero de tempranos despertares a la playa en compañía de otros congéneres en espera de que pongan las calles para ir a hacer otras actividades.

Los más atléticos, culto al cuerpo, jóvenes treintañeros a punto de entrar en la crisis de los cuarenta haciendo ejercicios gimnásticos en la arena o en su mayoría corriendo a lo largo de los cuatro kilómetros de playa antes de ir a cumplir con sus obligaciones laborales.


Finalmente, los vendedores de ocasión, exponiendo sus mercancías en improvisados aparadores ambulantes en espera de esa venta tempranera que les marque un día de buena suerte.

La belleza del entorno está definida más por la visión hacia el mar ya que la playa está rodeada por un muro de edificaciones altas y hoteles de lujo dejando entrever entre edificio y edificio los montes a su espalda y en el más alto la imagen del Cristo de Corcovado.


Me imagino por unos instantes, entrecerrando los ojos, como sería de bello este paisaje en el pasado, cuando aún no se conocía el asfalto ni el cemento, aquel entorno.
Supongo que para llorar de hermosura pues tanta belleza haría saltar lagrimas de emoción ¡seguro¡

Refrescada en el hostal con una buena ducha hago el check-out marchando a la estación de autobuses Rodoviaria para tomar mi bus a Belo Horizonte donde me esperaban mis amigos.

El trayecto de salida de Rio y durante un par de horas, nos acompañó un paisaje de vegetación tropical con bosques espesos y carretera serpenteante entre montañas ¡precioso¡

El resto del camino más llano y menos arbolado pero lleno de verdes.


El recibimiento en el restaurante de mi amigo de infancia y casi un hermano, José Luis, fue muy cariñoso y emotivo.
Me presentó a todo el mundo muy contento y orgulloso.

La cena exquisita que por cierto aquí esa palabra tiene connotaciones diferentes y negativas, menos mal que el cocinero ya sabía la acepción española de la misma no ofendiéndose cuando la califiqué con ese adjetivo.

No podía faltar un buen vino blanco español acompañando la cena y una agradable tertulia con amigos y clientes que solo por el hecho de estar allí pasan a ser amigos.

Entre vino y cervezas me fui a dormir algo espesa de mente pero muy gratificada con tanto cariño mostrado por todos.

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