jueves, 19 de julio de 2012

16/2/2012 Buenos días Brasil



De buena mañana tomé el onibus (lo he visto escrito así pero debería ser ómnibus) que así se llama aquí a nuestro autobús, para ir a Chuy, ciudad fronteriza entre Uruguay y Brasil pero en realidad no hay paso fronterizo, una calle central divide en dos al pueblo, cuando la cruzas ya estás en el otro país sin más trámites que procurar que el semáforo esté en verde.

Me he quedado extrañada pues en mi guía habla que para entrar a Brasil has de estar vacunado de la fiebre amarilla pero se ve que si entras por Chuy eso no es importante, nadie controla nada.

También me he sentido rara al ver que me vendían el billete de bus para ir a Porto Alegre sin pedirme ni el nombre.

Ya en marcha, a las afueras de la ciudad el bus se estaciona en un sitio que me parece como si fuera un control fronterizo. Nadie del bus se baja. Entiendo que subirá algún control aduanero como me pasó cuando crucé de Argentina a Chile en bus. Tampoco sube nadie.

Le pregunto a un joven brasileiro que me contesta que no es necesario hacer nada.

Algo me chirriaba en mi mente pero como vengo de cabo Polonio donde dicen que allí los encefalogramas se vuelven planos de tanta tranquilidad, no fui capaz de hacer consciente esa inquietud indefinida.

El bus inicia la marcha al mismo tiempo que yo abro mi guía de Brasil al azar. Milagrosamente aparece ante mis ojos unas frases de alerta de que estemos seguros de que ponen el sello de entrada en el país porque podemos encontrarnos con muchos problemas si no tenemos esa estampita en nuestro pasaporte.


Se me hizo la luz de repente.

Me levanté como un rayo, abrí la puerta del conductor diciéndole muy alarmada que yo no tenía sellado mi pasaporte y que lo necesitaba.
Me miró incrédulo de que después de tanto rato parado en el control, me presentase cuando ya llevábamos unos kilómetros hechos (pocos).
Por la cara que puso y lo que murmuraba en su idioma pensé que iba a dejarme tirada en la cuneta para que me buscase la vida volviendo como pudiera al puesto de control.

Otro ángel de la guarda actuó en mi favor y tomando un desvío, haciendo maniobras en la estrecha carretera dio la vuelta y me llevó de regreso al sitio donde tendría que haber bajado a sellar el maldito pasaporte.

Corriendo me llegué a la ventanilla explicando mi urgencia, me atendieron rápidamente sin poner problemas tras rellenar el formulario y volví como un rayo al bus.

Ya relajada y orgullosa de haber reaccionado a tiempo (ejem…) me vino otro pensamiento a la mente “¿me han sellado la salida de Uruguay?” como es natural no lo tenía sellado, seguro que debería haberlo hecho en alguna otra ventanilla que con las prisas no ví.

Así pues, dentro de tres meses que expira mi permiso de estancia en Uruguay estaré como clandestina sin estar realmente en el país.
No sé qué consecuencias pueda tener eso ni cómo deshacer el entuerto.

Las ocho largas horas de trayecto han pasado entre dormitar con el movimiento del vehículo, leer mi guía buscando donde decía lo de sellar el pasaporte que sorprendentemente no lo encontré.

La vista de hermosas praderas con ganado vacuno y una puesta de sol con nubes de formas caprichosas y cambiantes.
La entrada en Brasil ha sido así como algo movidita, reconozco que estoy algo obtusa de mente pero muy relajada lo cual me place.

Porto Alegre es mucho más grande de lo que imaginaba, de entrada es una ciudad y eso no es de mi agrado pero solo estaré dos días y mañana vendrá Duarte, mi amigo portugués, que me alegrará mucho de volver a compartir con él mí tiempo por cuarta vez.

Estuvimos juntos en Cuzco (Perú) en Calafate (Argentina) Santiago (chile) en La Paz (Bolivia) casi, él llego el día que yo me fui y ahora en Brasil.

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