jueves, 19 de julio de 2012

13/11/2011 Aguas Calientes, Machu Picchu



Tal y como decía la guía Aguas calientes es un pueblo dedicado en exclusiva al turismo, todo son restaurantes y comercios.
Para salir de la estación has de pasar obligatoriamente por un laberinto de callejuelas estrechas de un mercadillo, eso para que si ya coge el mono de comprar no sufras mucho.

El emplazamiento de este pueblo es impresionante de bonito, rodeado de altas montañas , como guardianes gigantes que parten del mismo pueblo.

Lo que no es nada bonito es el estilo arquitectónico, es fuerte llamarlo así pues ni estilo ni arquitectura, todo son locales con techos de plancha ondulada feísima pegaditos unos a otros sin dejar respiro en un enjambre de callejuelas empinadas como corresponde a un emplazamiento montañoso.


La verdad es que luego, visto de noche resaltado por las luces que contrastan con la oscuridad se pueden ver locales muy hermosamente diseñados (son más bonitos por dentro que por fuera).

Lo curioso es que se encuentra a menor altitud que Cuzco por lo que ese dolorcillo de fondo de cabeza ha desaparecido por completo.


El tren que nos ha traído desde Ollantaytambo, ciudad con unos restos arqueológicos impresionantes que visitamos hace dos días en la tour por el Valle Sagrado del Inca, hasta Aguas Calientes es de lujo, ventanas en los techos para poder admirar el paisaje, camarero que nos sirve una bebida y un piscolabis y sobre todo un montón de turistas con un estado de excitación por lo que vamos a vivir que predispone a la camaradería.


Junto a mí estaba un inglés, James, de más o menos mi edad que es presentador de Radio Regae en Perú y parte del mundo que no ha parado de hablar de sus adquisiciones. Vive en Perú desde hace 25 años y regenta hoteles. Tiene un resort en la selva de Iquitos, está muy orgulloso.

También estaba Pablo, un tico ornitólogo y economista (se dan de patadas ambas especialidades) que ha venido a Cuzco a un congreso, seguro que el mismo que la argentina que conocí en el tour del Valle Sagrado hace dos días. Estuve recordando con él mi viaje a Costa rica que me quedé prendada de ese país.


La cuarta pasajera de nuestro compartimento se llama Gal, es israelita, tiene 23 años, no trabaja ni estudia porque ha estado dedicando estos últimos cuatro años al ejercito de su país. 
Con ella he llevado una conversación sobre la militaridad confesándole mi ideología hippy de no a la guerra. 
En sus argumentos de colaborar con la patria se le nota que le han comido el coco.

Pablo se ha unido a nuestra conversación y cuando le ha dicho que en Costa Rica no hay ejercito y que en una ocasión que les invadieron un islote les dijeron "que os aproveche" se ha quedado de piedra.


Ella le ha contestado tras pensarselo un rato ( la conversación se desarrollaba en inglés) "claro, vosotros porque no tenéis enemigos pero nosotros estamos rodeados de ellos" yo le he dicho que eso no era fruto de la casualidad que si se había planteado si sus políticos estaban llevando el tema con honestidad.

Bueno, viendo que estaba algo confusa hemos cambiado de tema.

El paisaje desde el tren insuperable, altas montañas al lado izquierdo de la marcha y campos de mazorcas a la derecha con las montañas al fondo ha sido lo que podíamos apreciar. 
Un bello río descendiendo por la ladera y la buena conversación ha hecho que la hora y media de trayecto pasara en un periquete.

En la estación me esperaba Ted, un colombiano de 24 años que hemos compartido autobús desde Cuzco a Ollantaytambo, me ha contado su historia enfrente de unos "pisco sour" bebida muy apreciada y buena típica de 
aquí.

Su historia que me conto es que es el pequeño de cuatro chicos y una chica, su madre murió cuando él tenía trece años y como no entendía estar en casa sin ella se fue. Desde entonces no ha vuelto a casa ni a ver a su padre (sospecho que le debía culpabilizar de algo).

Cogió afición a viajar, se costea sus viajes con trabajos, dice que ha estudiado arquitectura y que su cuñado que vive en Dinamarca es arquitecto, le ha pedido que vaya para trabajar con él.


Él viajaba en otro vagón diferente al mío, quedamos que nos veríamos en los baños termales.

Estuvimos tres horas en remojo con aguas sulfurosas y realmente calientes. Una conversación muy animada con muchas risas bajo la mirada sospechosa del resto de personas que estoy convencida que pensaban que éramos pareja.

Me invitó nuevamenteun par de "pisco sour" que estaban geniales, mucho hielo triturado y bastante cargaditos.

Entre la bebida y el baño me entró un relajo que seguro que dormiré de un tirón.


Cenamos en un restaurante con un hermoso horno de leña donde me hicieron la trucha que estaba buenisima. Ted prefirió la carne que también le deleitó.

Mañana el gran día

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