jueves, 19 de julio de 2012

14/11/2011 Machu Picchu



Con gran excitación por lo esperado llegue al recinto a las seis de la mañana. Una neblina envolvía la ciudadela, el Waynapicchu estaba desaparecido escondido tras una nube. Trepé hasta llegar a la cabaña del inca donde las vistas de todo el complejo son mejores.
Tuve que esperar pacientemente a que se me quisiera mostrar. Perezosamente iba desenvolviéndose de esa sábana blanca que lo tapaba.
Poco a poco fui empezando a apreciar la belleza prometida que se iba mostrando tímidamente.

Como la entrada al trekking del Waynapicchu era a las siete de la mañana, me dirigí hacia él sin haber podido satisfacer del todo mi ansia de contemplación pero sabiendo que se esperaba allí a mi regreso.

Pese a lo temprano ya había colas para registrar la entrada a esa montaña. Anotan el nombre, país, edad, fecha y hora de ingreso que cotejan a la salida del mismo estampando un sello en el pasaporte del cual estoy muy orgullosa.

El ascenso fue realmente difícil por la verticalidad de sus laderas, escaleras labradas en la piedra, pasillos estrechos, algún paso túnel bajísimo que obligaba a pasar a cuclillas, alguna escalera vertical hecha en madera y sobre todo el último trozo, una ruta empinada en un ascenso vertiginoso con escasa o ninguna protección.

El valle podía verse al fondo con el discurrir del rio. Oímos pitar y vimos en la lejanía el paso del tren ascendiendo hacia Aguas Calientes.



La ansiada cima era de muy difícil acceso ya que los últimos tramos se tenían que subir agarrándose con las manos entre enormes rocas en equilibrio unas encima de otras.

En lo más alto unas rocas planas de unos cuatro metros cuadrados acumulaban a los que hasta allí habían llegado que eran ya muchos lo que le confería una sensación de verdadera peligrosidad, con precipicios a los lados, la vista del Machu Picchu a los pies donde se aglomeran turistas intentando fotografiar desde lo más alto.
Cualquier movimiento imprevisto podría hacer precipitar a alguien al vacio.


Tengo curiosidad por saber cuántos accidentes se han producido en esa montaña que me ha parecido muy peligrosa y poco controlada.

El ascenso lo hice con un chileno llamado Pablo, nos hemos hecho muy amigos. Él es abogado y trabaja en Valparaíso. Me gusta cómo me habla de su familia, con cuanto cariño me explica sus vivencias.


Decidimos bajar hasta la caverna del Inca. Tras 40 minutos de descenso, también (cómo no), vertiginoso con vistas maravillosas del valle de Aguas Calientes llegamos a una caverna con el día ya levantado y una temperatura excelente.

Lo malo es que todo lo que bajamos tuvimos que subirlo de nuevo por otra ruta que rodea la montaña con subidas y bajadas empinadas.
Consolaba las maravillosas vistas y la buena compañía pero el corazón parecía querer salirse de mí por el esfuerzo del ascenso.


Es decir que subimos y bajamos el Waynapicchu dos veces.

Salimos del recinto a las cuatro horas desde el ingreso, tuvimos que registrar la salida, lo tienen controladísimo.

Ya de nuevo caminando entre las ruinas con la emoción de estar allí nos dirigimos a la mejor zona donde tomar nuestras fotos con el sol ocultándose por unas negras nubes cargaditas de agua y unos relámpagos seguidos de sus correspondientes truenos que resonaban amenazadores.

Embelesada me quedé sentada en un rincón junto a la cabaña del inca con los restos arqueológicos a mis pies, llenando mis ojos de esa belleza que, como siempre, no se encuentran palabras que definan fielmente lo que se siente.


Al cabo de un buen rato de contemplación esa amenaza de lluvia se hizo realidad, no demasiado fuerte pero lo suficiente para que tras siete horas de estancia allí me diera por satisfecha y emprendiéramos regreso al valle.

Una comida deliciosa típica de la zona en el mismo restaurante de ayer y luego nuevamente a las piscinas termales. Se estaba genial sumergidos en agua caliente hasta el cuello.

Pablo tenía el tren a las cuatro y media y yo a las seis y media por lo que nos despedimos citándonos en mi hostal donde se iba a hospedar él también.

Por la noche en Cuzco nos fuimos a tomar unos pisco sour que como era la happy hour fueron dobles acompañado de un bocadillo de jamón serrano con aceitunas.

Pablo me invitó a la copa como regalo de cumpleaños y brindamos a mi salud, él se vuelve el diecisiete a Chile.

Una velada deliciosa.

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