jueves, 19 de julio de 2012

16/11/2011 Las islas flotantes, Yaquile, Lago Titicaca. Puno



El viaje aunque muy cómodo con amplios butacones reclinables, no he podido dormir casi nada, nos íbamos dirigiendo cada vez a mayor altitud. Agitada que no mecida por los vaivenes de las curvas no podía conciliar el sueño.

Pablo tampoco ha dormido demasiado pero lo suficientemente más como para envidiarle. Acurrucada en su hombro he dejado pasar el tiempo con la esperanza de que Morfeo se apiadase de mí y me tomara en sus brazos lo que ha hecho una hora antes de llegar a destino.

La casa de descanso hasta que nos recogieron a las siete tenía una habitación desalmada con tres camas, suficiente para terminar de descansar en posición horizontal lo poco que queda de noche. Pude dormir escasamente una hora más.

La excursión en bote a las islas flotantes ha sido una experiencia muy interesante por observar y compartir con sus habitantes su forma de vida.


Las islas están hechas con raíces de cañas de totora unidas entre sí por cuerdas confeccionadas con el mismo material, ancladas en el fondo del lago por unas largas estacas que pueden desanclar a voluntad si quieren cambiar de sitio.
Todo el suelo está cubierto de varias capas superpuestas de esas cañas. (Más que cañas yo los veo juncos).
Están situadas en los bajíos del lago Titicaca, hay setenta contabilizadas, en la que visitamos convivían cinco familias.
Los Uros hace siglos huyendo del dominio Inca empezaron a vivir en barcazas hechas de ese material, con el tiempo se fueron asentando de esa forma confeccionando así sus pequeños islotes.


Las cañas de totora del suelo se han de ir reponiendo desde la capa superior a medida que se deterioran las capas más profundas por el contacto permanente con el agua.

Caminar por ellas es mullido y húmedo. Sentada en el suelo no llegué a mojarme pero si sentía su humedad.

Allí su jefe que cambia cada año por votación, nos explicó como cortan las totoras, confeccionan sus islas y su “mercedes” que es un hermoso barco con el que se desplaza todo la familia.
También los hacen más sencillos, tipo canoa, para los desplazamientos cortos entre islotes.

Manufacturan todo con esa misma caña confeccionando con ella gorros, mantas manteles estores, en fin todo lo inimaginable. Sus casas por supuesto también están hechas de ese material.


Una niña de siete años ha venido a hacerme de anfitriona, se llama Maite como yo y es muy espabilada. Me ha enseñado por dentro su casa y sus labores manuales que dice las realiza en el colegio.
Me ha explicado que van a la escuela primaria en una de esas islas flotantes, desplazándose hasta allá con sus canoas remando ellos mismos pero que cuando pasan a estudios superiores van a la escuela de Puno.
Sentada con ella en el suelo y con todos sus bellos trabajos expuestos he sentido la paz de aquel recinto el sosiego del contacto con el agua (es un lago tan grande que parece un mar) el cielo panorámico repleto de blancas nubes con caprichosas formas y los montes al fondo.
Un buen lugar para olvidarse del mundo y sus miserias.


Con la constante visita de turistas y el paseo en su “mercedes” que cobran a 10 soles más lo que obtienen con la venta de sus labores no pasan penurias económicas.

Tras dos horas de navegación lago adentro hemos llegado a la isla de Yaquile.
Allí un ascenso a la cima me ha ido recordando mis excesos del trekking al Waynapicchu ya que a cada paso iba notando agujetas en mis cuádriceps.
Pablo me ha confesado que a él también le dolían los músculos de las piernas debido a las cuatro horas de nuestra excursión del lunes.


En la cima están los comercios alrededor de una amplia plazoleta con un mirador y preciosas vistas.

La comida ha sido excelente. Nos ha recibido ataviados con trajes típicos una orquesta tocando música del lugar.
En una explanada junto al mar teníamos preparadas nuestras mesas para la comida.

Mujeres tejiendo sentadas en el suelo para que veamos como confeccionan sus labores.


Mientras degustábamos la comida frente al mar, sopa típica de allí que estaba buenísima y pescado muy fresco acompañado de patatas, los hombres se han puesto a tejer los gorros típicos que llevan y venden.

Al despedirnos han vuelto a deleitarnos con su música. Todo muy bucólico y agradable.


Ya de vuelta, tras una siesta en el barco mientras nos devolvía a Cuzco, llegó la hora de la despedida de Pablo que ya acaba sus vacaciones en Perú.

Es inevitable, llega siempre la hora del adiós pero deja en mí un hermoso recuerdo de un gran compañero de viaje y de haber vivido juntos entre otras cosas la inolvidable experiencia del Machu y del Waynapicchu.

Siempre que recuerde este espacio de mi vida él estará allí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario