jueves, 19 de julio de 2012

28/11/2011 Desde la selva a la gran urbe, La paz



No me lo puedo creer. He salvado la vida a un insecto que había caído en mi vaso de limonada, lo he retirado con la cañita que aquí le dicen ampolla, lo he colocado suavemente encima de la mesa.
Ha estado dando tumbos recurperándose de tanto cítrico, luego ha salido volando.
Está claro que me inspiran aversión y odio cuando están en acción, cumpliendo con los dictámenes de su naturaleza de chupocteros, entonces les mato si puedo. Cuando están padeciendo y en apuros me dan pena y les salvo la vida. ¿No es esto una incongruencia?

Esta noche ha sido diametralmente opuesta a las pasadas estos últimos días.

En lugar de los maravillosos y melódicos ruidos de la selva me he tenido que conformar (que remedio) con el de los mangos cayendo constantemente de los dos enormes árboles del patio del hostal sobre el tejadillo metálico de la caseta junto a ellos.

Uno ha caído sobre el coche del propietario y se ha disparado la alarma haciéndome pensar por un momento que estaba en el backpacker de Sídney con bomberos incluidos. Por suerte alguna alma caritativa ha ido a pararlo.

Como no hay dos sin tres, el perro del hostal se ha unido al unísono ladrido de todos los perros del pueblo con la desventaja de que el nuestro se oía más aunque solo sea por estar más cerca.

Volando a La Paz con el ejército me hace pensar en una evacuación más que en un vuelo comercial de pasajeros.
La pista de aterrizaje es de comic, el avión un bimotor muy chulo, paree de las películas de Humphry Bogar “Siempre nos quedará Paris”.


En la sala de espera he conocido a una mujer local de 64 años que iba con su hijo lo que no ha sido obstáculo para que me contara que tiene 5 hijos, tres chicas y dos chicos, la mayor está muy deprimida porque le han diagnosticado que tiene cáncer. Se ha puesto a llorar pero su hijo la ha reprimido.

En el avión he ido charlando con una estadounidense del Colorado, unos preciosos ojos azules y una delgadez no muy frecuente en ese país me ha hecho decirle que lo dudaba, más bien parecía nórdica.
Es psicóloga de niños que han recibido abusos y como la mayoría de los viajeros que voy encontrando en estas alturas del año, son gente que está recorriendo el mundo. Ella lleva 9 meses y ha visitado centro y Sudamérica, viaja con su marido.


El reencuentro con La Paz ha sido mucho más favorable que la vez pasada. Al salir del avión, todos con nuestros vestidos súper veraniegos como corresponde al excesivo calor de Rurre, nos hemos abrigado con lo que teníamos a mano pues el cambio de temperatura ha sido increíble en solo 40 minutos de vuelo. Ha sido como pasar de un horno a una nevera.

Con el taxi he accedido nuevamente a la ciudad desde lo alto como la vez anterior. Las vistas de La Paz desde esta carretera son preciosas, en un punto se ve toda la ciudad subiendo hasta lo alto del las montañas circundantes y el altísimo volcán de cumbres nevadas llamado Illimani con 6.402 m de altitud.


La ciudad me ha parecido menos ruidosa y polucionada que la anterior vez. No siento el soroche pese a que hemos pasado de estar a 400m sobre el nivel del mar de Rurre hasta los 3,660m que hay en La Paz en tan solo algo más de media hora.

Si me siento cómoda me quedaré un par de días más a ver si consigo una buena cámara de fotos.

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