jueves, 19 de julio de 2012

28/12/2011 El Drake. Olas de nueve metros, Antartida



Ese es el anuncio que tenemos para esta noche y mañana. De momento las olas son de dos-tres metros con el barco dando tumbos, ya veremos cuando lleguen las grandes.

Por la noche dormí muy bien arrullada por el vaivén, en ciertos momento el cuerpo me quedaba en suspensión en el aire entre ida y vuelta, es una sensación de ingravidez muy curiosa.

Me ha recordado por primera vez en mi vida (nunca antes pensé en ello) cuando mi hermano Jesús me lanzaba al aire para recogerme en el camino de bajada con gran susto y risas por mi parte o cuando me tiraban de uno a otro como pelota de básquet. A todo esto yo debía tener uno o dos años, lo hacían con cierta frecuencia que yo recuerde. Eso debió prepararme para encontrar divertida la experiencia que me espera.

En el desayuno éramos pocos y reímos mucho intentando llevar los platos con la comida desde el bufet hasta la mesa sin que se nos desparramaran por el suelo. Las camareras nos ayudaron en tan ardua tarea.

Ya me he tachado de la lista de la apuesta de a ver quién es el último en vomitar. No es que haya vomitado pero anoche al llegar al camarote y agachar la cabeza para quitarme los zapatos se me revolvió el estómago por lo que me tomé una biodramina quedando por ello fuera de juego.

Pensé que sería la primera desclasificada de la lista pero ya estaba tachado el organizador del evento que se tomó medicación antes que yo.


Alberto, el contramaestre del barco, entra cada mañana al salón y me da los buenos días con un beso para asombro del resto de los pasajeros que no deben entender nada, yo tampoco.

La conferencia de la mañana sobre la historia de los balleneros ha estado a cargo de Mónica, la historiadora, muy interesante.
Durante la hora y media que duró no me percate de lo muchísimo que bamboleaba el barco.
Nos avisaron que sobre las tres de la tarde empezarían las grandes olas de 8-9 metros.

La película de anoche sobre el invierno en la tierra de hielo no pude terminar de verla porque como siempre mostraban la caza con muerte de unos animales a otros y pese que se que es ley de vida y natural, no por ello deja de serme muy desagradable y doloroso.

Por la mañana en el salón estábamos solo una cuarta parte del pasaje, el resto mareado en los camarotes.


Tal y como vaticinaron a las tres de la tarde las olas golpeaban el barco con furia, olas de nueve metros que sobresalían por los ventanales del salón.
Prohibido salir a cubierta, el agua llega hasta el puente cuando la proa del barco se hunde y una enorme ola viene de frente.
Desde allí traté de tomar unas fotos pero como los cristales están salpicados de agua no me salieron demasiado bien.
De tanto en tanto se oyen ruidos en la carcasa del barco que parece que vaya a resquebrajarse.

Por la tarde y por la noche película con ventanales cerrados me hicieron olvidar por unas horas el rock and roll que se ha organizado a bordo.
Caminamos abrazados a las columnas aunque yo ya le he cogido el truquillo de caminar oblicuo que he observado en la tripulación.

La comida pero sobre todo la cena en el comedor fue muy divertida.
La comida intentando salirse de los platos consiguiéndolo en alguna ocasión, el barco con inclinaciones increíbles obligaban a hacer piruetas a los que se desplazaban de lo más cómico.
Acabamos aplaudiendo a Natacha, la camarera que por cierto es la hija del contramaestre Alberto, por llevar una bandeja repleta de platos de postre en el brazo izquierdo y tres platillos más en el derecho sin caérseles.
En la cocina se oía el romperse platos cada dos por tres con gran regocijo por nuestra parte.

Comer no comemos mucho pero reír no nos lo quita nadie aunque ya en la cena quedamos muy poquitos en pie, la mayoría de los pasajeros estaban en sus camarotes.

Una infusión y a dormir.




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