jueves, 19 de julio de 2012

3/12/2011 Hoy los lagos y el volcán, El lejano suroeste.



He dormido como siempre en las alturas, poco.
Con la nariz tapada siempre que estoy en posición horizontal hace que me despierte con la boca reseca de respirar por ella.


Los burros que hay en la aldea donde está nuestro hotel han venido a mi ventana a despertarme si hubiera estado dormida, no lo estaba, por lo que pude ver a la cocinera persiguiéndoles con un palo para alejarlos, me temo que querían mordisquear las parades, deben ser de sal mas limpia que la del suelo o mas a la altura de su boca.

Tras un fabuloso desayuno hemos hecho muchos kilómetros con paisajes montañosos de laderas lamidas por el viento lo que les confiere una textura visual suave como cubiertos por un manto rojizo hasta llegar a una zona que le llaman mirador porque desde allí pudimos contemplar el volcán Ollagüe en la frontera entre Bolivia y Chile que se haya en erupción viéndose salir una fumarada de su cúpula.


Llegados al lago Cañapa, repletito de flamencos de colores asalmonados en medio de un entorno montañoso ha sido un oasis en medio de tantos kilómetros de terreno árido.

Los lagos Hedionda, el Charcota y el Honda cada uno con sus peculiaridades y todos con flamencos en plena actividad han sido los que nos han deleitado durante este segundo día de expedición pero la palma se la ha llevado "La laguna colorada" que es de belleza incomparable tanto por el entorno como por los cientos (o miles ) de flamencos.
El nombre es por el color que adquiere al reflejar las montañas de deliciosos ocres.


Allí hemos pernoctado en un albergue que aunque no poseía las comodidades del hotel de sal, no estaba tampoco mal.


No quiero dejarme en tintero la visita al desierto de Siloli (4.500 m) y al "árbol de piedra" que hicimos por la tarde.
Es una gran roca (entre muchas otras también muy bonitas) en forma que asemeja un árbol.

En la cena el guía nos ha regalado una botella de vino de la tierra que se dejaba beber la mar de bien sobre todo reconfortante tras el trekking a una pequeña ladera desde donde contemplamos la actividad pajaril del lago rojo, no era muy alta pero estamos a 4.500 m de altitud y cualquier paseo se siente como una gran odisea.


Sentada en contemplación del entorno me ha venido a la cabeza una anécdota que pasó ayer en el hotel y me ha dado que pensar.
Tengo claro que los Bolivianos, al menos los de las alturas son algo pasmaditos y poco expresivos. Lo que observé ayer es que eso les viene desde muy niños.


La cosa fue así. Había dos niñas de edades similares de diferentes madres cocineras en el hotel, concretamente de 21 y 22 meses respectivamente.
Una le muerde la mano a la otra mirándonos con esos ojos algo orientales típico de los autóctonos sin ninguna expresividad ni facial ni por la mirada.
La otra llora desconsoladamente pero ni aparta la mano (que no estaba sujeta por la agresora) ni mucho menos se le revuelve a pegarla como hubiera pasado por lo menos con los niños mediterráneos.
Me levanto, le quito la boca de la una de la mano de la otra y la abrazo para consolarla.
Mientras tanto la agresora, mirándome fijamente, sin parpadear pero sin expresividad que yo fuera capaz de captar va y le vuelve a morder la mano mientras la tengo abrazada.


¿Qué es lo raro? Por un lado los comportamientos y reacciones no son similares a los conocidos por mí pero lo que me pareció más intranquilizador para mí fue la inexpresividad de su mirada.

Esto lo he observado en los adultos también y choca, no le sonríen jamás los ojos (la cara puede emitir un ligero gesto que recuerde una sonrisa, con suerte).
Lo que no tengo claro es si esto es debido a la falta de oxigeno de las alturas o a una característica de la raza.

Como añoro Asia.

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