jueves, 19 de julio de 2012

4/12/2011 Geisers, baño a 4.950 m altitud, lago verde.



A las cuatro y media de la mañana nos hemos levantado, abrigándonos un montón, a estas horas el frío a tanta altura aprieta.

Llegamos a los geiseres, fumarolas de 80-100 m de altura saliendo de la tierra de forma amenazadora. ¿Qué habrá allí dentro que sale tanto humo? ¿El tan cacareado infierno católico? ¿En una de esas saldrá un demonio de las entrañas de la tierra? Con el frío que hace no creo.


Llegamos a las termas de Polques donde una piscina de agua calentísima (30º C) nos ha animado a quedarnos en pelotas (en bañador a esas alturas y con ese frio es como estar en pelotas) y sumergirnos hasta el cuello mientras el sol iba saliendo entre las montañas circundantes brillando con una intensidad impropia a una salida de sol.


El calor del sol a esa altitud ayuda a salir del agua tras casi una hora en remojo para recibir el ansiado desayuno.

La sensación de bienestar dentro del agua compensaba con creces ese olorcillo a huevos podridos típica de las aguas sulfurosas.

Parece como si me hubiera quitado de encima el cansancio del madrugón y me sentí como nueva.


(Escultura muy artistica como puede apreciarse, realizada junto a la laguna verde, es de lectura libre pero si se mira bien es un buda , autora Maite Galve, famosa escultora del siglo XXI).

En este tercer día hemos hecho muchos kilómetros, hemos llegado a la preciosa laguna verde a 5.000 m. de altura tras la que se eleva el cono del volcán Licancabur de 5.920 m. fronterizo entre Bolivia y Chile.


El desierto de Dalí, le llaman así porque este pintor tiene un cuadro que se asemeja mucho a este paisaje desértico con algunas rocas dispersas.

Las horas de coche las he dormitado recuperando el madrugón pero abriendo de tanto en tanto los ojos para no perderme el fabuloso paisaje por el que ha discurrido nuestra improvisada carretera ya que no hay una ruta marcada como única y los todoterrenos hacen su ruta que el viento se encargará de borrar.


El color de las montañas con todos los ocres y puntas nevadas y la suavidad de sus laderas erosionadas por el constante viento me hacen sentir que estoy en otra dimensión desconocida.

Llegados a San Pedro de Atacama, último eslabón de esta cadena de maravillas, descansando un rato en sus calles, me he sentado en la acera donde suelen sentarse los locales, seguramente por ausencia de bancos donde hacerlo. He intentado entablar conversación con un señor de cierta edad sin llegar a ser viejo que no ha querido ni saludarme.


Me sabe tan mal que mis únicos contactos en tierras bolivianas han sido con viajeros pese a que el idioma, en principio, no es obstáculo para conectar.
No hay manera, no se dejan o son tímidos, no lo sé pero no he hecho ni un amigo/a aunque solo sea tan temporal de una charla con un local.

De regreso aún pudimos disfrutar de otra maravilla de la Naturaleza, el "bosque de piedra" un paraje repletito de enormes rocas por donde nos paseamos entre ellas con formas caprichosas que despiertan la imaginación.


La vuelta a Uyuni, una ducha en el hotel y una buena cena ha puesto el punto final a esta expedición de la que me siento muy gratificada.

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