jueves, 19 de julio de 2012

1/10/2011 De nuevo en ruta, Mandalay



En espera de tomar el bus hacia Mandalay he pasado la mañana en un cibercafé poniendo en orden mi blog y mi correspondencia.
Ayer me despedí de mis amigos asturianos que vuelven a la patria, yo sigo viaje con Markus, el alemán.

Ha sido un día de reflexiones sobre un montón de cosas pues el viaje de siete horas de duración da mucho de sí.
Mi pensamiento voló hacia el pasado, en mi infancia en un país bajo una dictadura militar como esta.

Entonces era yo la niña que miraba con ojos como platos a los extraños turistas que invadían nuestras costas viniendo de países tan lejanos y desconocidos para mí que es como si vinieran de Marte.


Recuerdo que me admiraba de sus maneras tan diferentes a las nuestras, su extravagancia en el vestir, lo descarado de sus mujeres que osaban llevar bikinis en las playas y ligarse a los españoles sin tener miedo de irse al infierno por eso.
Las veía libertinas, marimachos en sus comportamientos bastante más emancipados del dominio masculino al que estábamos acostumbradas nosotras por aquel entonces.
Las veía entre un sentimiento de rechazo y de admiración a la par. Esa disonancia cognitiva que dicen los psicólogos entre lo que crees que debe ser y lo que es.


Cosas que tiene la vida, ahora soy yo la marciana que viaja por países pobres y menos desarrollados, ahora es a mi que me ven como un bicho raro.
La candidez de las jovencitas era similar a la mía de aquellos tiempos.

También recuerdo que los turistas solían decir que en España la gente era más feliz que en sus países porque siempre sonreía y estaba contenta.
Reconozco que algo de eso había pues las penurias económicas no hacen más infelices a la gente ni al contrario.
El ambiente de pobreza compartida es muy llevable pues todos se ocupan de las penas y gozan de las alegrías de los demás.
Me acuerdo que oía que en otros países para ir a visitarse tenían que avisar de antemano, no se podían presentar en casa de nadie así, sin más…………………………….¡alucinante¡


Nosotros, también nuestros padres, nos presentábamos en casa de cualquiera a cualquier hora y era toda una fiesta de autentica alegría por la visita.
Esto solo pasa en los países pobres. ¿Por qué?
¡Como a cambiado España desde mi niñez, como hemos cambiado los y las españolas desde entonces¡


No voy a hacer un panegírico de las bondades del antes y maldades del ahora como suelen hacer los viejos.
Había cosas muy buenas (con mayúscula) que se han perdido con el progreso y el bienestar pero cosas terribles como en estos países que visito y que tanto me recuerdan mi infancia, como por ejemplo:
- Horarios de trabajo de 12 o 14 horas diarias por saliros que escasamente permitían llegar a fin de mes (recuerdo a mi madre sufriendo siempre los últimos días de mes y pidiendo de fiado para darnos de comer)
- Solo un festivo a la semana (domingo) para ir a misa y contar el lunes en el cole lo que dijo el cura en el sermón
- Culpabilización y exclusión social y política de todo aquel que fuera o pensara diferente. Léase por ejemplo homosexuales, madres solteras, comunistas, librepensadores y un larguísimo etc.
- Marcar a las mujeres roles de sometimiento (yo pude estudiar porque me pasé un verano entero rogando y llorando a mi madre para que me dejara hacer el bachiller superior, me quería sacar de estudiar porque según decía me casaría habiendo perdido el tiempo y el dinero. Luego ya fui lo suficiente mayor para seguir mis estudios de Medicina pagándomelos yo).
- Marcarle unos roles a los hombres que les desproveía de toda posibilidad de manifestar sus sentimientos o llorar (eso es cosa de chicas, se decía) con lo que frustraron su sensibilidad y espontaneidad.
- No posibilidades de saltarse la clase social a la que pertenecías, si nacías de familia pobre tenías que ser o peón o como mucho técnico pero los estudios universitarios ni hablar.

En fin, no sigo porque esos eran otros tiempos que por suerte ya han pasado a pesar de que hubo un precio a pagar.

El paisaje que pude disfrutar por la ventanilla del bus es muy verde y bucólico. Las aldeas de casitas hechas de palmera, su gente enfaenada con sus quehaceres diarios o descansando a la puerta de sus casas. Me gusta mucho ver cómo se desarrolla la vida de la gente en los países que visito, sobre todo la vida en las aldeas.

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