jueves, 19 de julio de 2012

23/9/2011 Alegría: A felicidad interior (Osho), Bangkok



Así reza el título del libro que ha caído en mis manos mientras esperaba que acabase la máquina de lavar.
Me ha llamado la atención entre un montón de otros títulos de la librería que hay en el hostal, son libros que dejan otros huéspedes al igual que yo dejo los míos, es una rueda de la que todos salimos beneficiados (menos los libreros, claro).


El libro en cuestión está escrito en portugués pero se entiende bien. El prefacio empieza con un chiste con mucha miga.
- Mi médico me ha insistido que venga a visitarle- dice un paciente al psiquiatra- Pero no sé porqué. Estoy felizmente casado, tengo un empleo estable, muchos amigos, no tengo preocupaciones….
- Hummm….- dice el siquiatra sacando su lápiz y abriendo su cuaderno de notas- ¿Cuánto hace que tiene ese problema?


Es genial, me parece muy acertado. Parece que tener depresiones, hablar de tristezas, ser pesimista, tener miedos, etc. es lo normal, el anormal es el que es feliz.
Tras el estudio de muchas mentes perturbadas Sigmund Freud llegó a la conclusión de que la felicidad es una falacia, una ficción, o lo que es lo mismo, el hombre no puede ser feliz.
El motivo de que eso sea así es porque el hombre, a diferencia del resto de seres vivos, tiene conciencia (la manzana del árbol prohibida) y ese es el precio a pagar.


Guardando mis elucubraciones para otros momentos.
El día de hoy ha sido un plácido dejar pasar las horas entretenida con mi lectura, hasta el momento de ir a recoger mi visado para Myanmar.
Estoy más repuesta del resfriado, las comidas las disfruto a tope, he dormido nueve horas de un tirón sin que nada ni nadie me despierte…………………….¡A ver si me voy a convertir en un animal no racional tan feliz como me siento¡ Tendré que acudir al psiquiatra.

Bangkok me sigue sorprendiendo, a la vuelta de recoger mi visado me he dado una vuelta por Siam square descubriendo nuevos rincones no vistos en mis anteriores estancias.


Unas esculturas en la calle han llamado mi atención.
Luego he decidido hacer caso a Mireia y he ido a tomar un masaje no el típico tailandes, ese es para gente más masoca que yo. Uno de aceites que es más parecido al Balinés.

Eso del masaje me trajo a la memoria aquel cuento de que van dos soldados por la montaña de instrucción y uno se queja al otro de que está cansado, que no tendrán pase esa noche, que la comida es mala y encima las botas son dos números más pequeñas.
Su amigo le dice que eso tiene arreglo, que las cambie por unas de su número a lo que este contesta: ¡Si hombre¡ y perderme el mejor momento del día que es cuando me las quito, no?


Pues el mejor momento que sentí de mi anterior masaje tailandés fue cuando dejaron de amasarme como una croqueta.

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