jueves, 19 de julio de 2012

28/8/2011 Wat Pho (el buda inclinado), Bangkok



Con sus 46 metros de largo y 15 de ancho, el habitáculo donde reposa el buda inclinado en vías de entrar en Nirvana con cara sensual de éxtasis casi no puede contenerlo.
Un estrecho pasillo alrededor es el espacio del que dispone el visitante para admirar tan imponente imagen.


Se ha de hacer virguerías para poder obtener una foto de su totalidad, incluso el registro de parte de ella en la cámara se ve dificultado por el tamaño de la imagen y la cercanía del espectador.


El recinto del templo está plagadito de estupas con cerámica colorida y edificios con dorados y rojos muy llamativos.
Es muy grande, está todo muy cerca sin espácio suficiente para contemplar con prespectiva tanta belleza.
Es como cuando voy a comprar por ejemplo unos zapatos, si en el aparador me los ponen todos juntos me cuesta de apreciar los detalles individuales de cada uno de ellos, si solo ponen pocos modelos y separados los observo mejor.


El conjunto es bello pero la vista se ve incapaz de apreciar tanto arte y tanto detalle ornamental estando tan proximos los unos de los otros.
Me sabe mal que Andrés no disfrute con estas visitas a estos increíbles templos.


Ayer hablamos por teléfono, quedamos en vernos hoy.
Creo que si acepta venir con nosotras a ver monumentos es por complacerme, su cara no denota ni admiración ni placer si no inmensa paciencia de estar allí y no en donde él quisiera que supongo es la piscina para sobrellevar tanto calor.


Temo que no haya disfrutado este viaje, claro que todo son suposiciones mías ya que no le he preguntado sobre ello, sé que me diría amablemente que lo está pasando muy bien para que no me preocupe.
Los dos días que ha estado solo a sus anchas , me ha contado que ha pateado la ciudad sin tomar ningún medio de locomoción. ¡Con lo grande que es la ciudad¡

Nos contó a Mireia y a mí mientras ibamos en el metro que el primer día cogió un taxi para hacer compras de regalos para los amigos y familia. Pidió que le llevara a Khao Sam Rd, el taxista, haciendo honor a la profesión, le llevó a un centro comercial de regalos para los guiris donde sin duda debía tener comisión y le pidió que le esperara 15 minutos allí.
Como es natural, en la espera vio los regalos que quería e hizo sus compras. Animado por el éxito
le llevó a una sastrería con la misma finalidad, le dijo que entrara a preguntar durante cinco minutos que luego le llevaría a su destino (tanta complaciencia por parte de Andrés fue porque ajustaron un precio muy barato para ir al sitio que quería él)
La situación se le presentó tan desagradable con vendedores insistiendo en lo bonitos que eran los zapatos y lo bien que le quedaría un traje, que no aguantó ni un minuto, salió de la sastrería y le dijo al taxista que le volviera al hotel.
El resto de la estancia lo pasó en la piscina refrescándose pues a pesar de la lluvia diaria hace mucho calor.

Como estamos en los monzones la lluvia ha hecho su aparición por la mañana. Ha sido generosa dejándonos ver el templo, descargando sus iras y tempestades a la hora de comer.
Nos hemos refugiado en un restaurante callejero que nos ha deleitado con una sopa de noodles con pollo y para redondear unos rollitos de primavera de vegetales por el módico precio de 2 euros y medio incluida la bebida (100Bath).


La comida en estos puestos de la calle, contrariamente a lo que pueda parecer (o mejor dicho a lo que me parece a mí) que debe de ser comida mala y sospechosa, no es verdad.
Está buenísima, es barata y observando cómo manejan la cocina hay higiene (¿o he bajado el listón de exigencia?)
Me he despedido de Andrés, se va el martes temprano para España, le he dicho que si quiere que nos veamos mañana lunes, que me llame.
Por la tarde esperando que escampara la tempestad, en casa de Mireia, merendando el queso manchego que quedaba con un buen vino tinto catalán “L´Ull del Ebre” No sé si en España existe esa denominación de origen pero el de aquí me está muy bueno.


En el hotel Mandarín Oriental, en el Bambú Bar hemos estado disfrutando de un cuarteto de jazz mientras tomabamos unos cócteles.
El hotel es impresionante, grande con aire "demode", enormes lámparas, numerosas salas y restaurantes, uno da al río, tiene embarcadero propio con barcos para los huespedes puedan desplazarse por sus aguas.
Todo lujo y confort.

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