jueves, 19 de julio de 2012

3/10/2011 Sagain y Amarapura



La excursión a estas ciudades cercanas a Mandalay en taxi abierto, es como un Pick-Up pero con asientos y techo en la parte trasera.
No es cómodo pero es la forma de transporte que se estila en estos lugares, como se mueven los locales y más económica que un coche tradicional con puertas y ventanillas.
Como siempre, en el trayecto he podido ir viendo cómo se desarrolla la vida cotidiana de las aldeas y casas junto a la carretera.
En estos sitios de poco transito automovilístico a lo largo de la carretera es el sitio donde vive la gente y tiene sus negocios, por donde llevar al ganado o hacer una partidita de cartas.

Saigan Hill fue la primera parada, subimos infinitas escaleras que salvan el desnivel hasta llegar a la cima donde se encuentra el templo budista con unas preciosas vistas del rio Ayeyarwady que es muy ancho aunque poco profundo, de las 500 pagodas diseminadas por la zona anexa al río además de otros tantos monasterios budistas y estupas.

Da toda la impresión de que salgan como hongos de tantas que se ven.


En el templo está uno de los budas más grandes que he visto en un altar muy trabajado de espejitos de colores que recubren paredes techo y columnas.
También había (¡faltaría más¡) propaganda de los generales en fotos visitando muy devotamente el templo.
La bajada más fácil pero el mismo infinito número de escaleras que en la subida, no faltaba ninguna ¡lástima¡
La siguiente parada junto al río para coger un bote hacia Inwa se frustró porque empezó a llover en forma de diluvio por lo que decidimos comer allí y dejar nuestra travesía por río para otra vida.


Luego fuimos a Amarapura, llena de actividad. Disfrutamos de un paseo por un puente muy rústico y largo que une las dos partes del río, le calculo aproximadamente unos dos kilómetros de longitud.

Allí encontramos a otras amigas de Chile con las que estuvimos departiendo en el hotel por la mañana, son encantadoras, me han insistido que cuando esté en chile que contacte con ellas.


Al otro lado del puente nos sorprendió una fiesta con pasacalles compuesto de furgonetas tipo al taxi colectivo, con niños pintados como niñas y vestidos como niñas.
Markus me preguntó que de que iba, yo me dedique a ir preguntando a los del lugar pero el inglés es solo para la clase pudiente por lo que solo con gestos descubrí que era una fiesta importante para ellos y de carácter religioso budista.
Me quedé con las ganas de saber más.


Luego, en el hotel mientras repasaba las fotografías un joven birmano sobrino del dueño del hostal que miraba junto a mí las fotos me explico que los vestían así porque los ofrecían al monasterio para que pasaran una semana de monjes allí.
En su cultura creen que si lo hacen así en la próxima reencarnación irán al cielo. El tenía doce años cuando su familia lo mandó al monasterio vestido de tal guisa.


También me llamó la atención que había jóvenes pescando dentro del rio además de los que pescaban desde el puente pero estos no me sorprendieron porque es lo habitual.

Los hombres de este país tienen un feo vicio y es que mascan hojas de Betel que luego escupen sin miramiento. Los dientes les quedan negrísimos.


Me he despedido de Markus que se va hacia Yangon para coger el vuelo a Kuala Lumpur.
Han sido unos días muy agradables en su compañía. Es un chico muy inteligente, discreto, buen conversador y con ese encanto que tiene la gente joven que aún no está a la vuelta de todo, capaz de sorprenderse y sorprender.
Me quedará un buen recuerdo de estos días.

Buen viaje Markus.

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