jueves, 19 de julio de 2012

4/11/2011 Vuelo cancelado, Cayo Gramma



Quien me lo iba a decir que el hecho de que nos cancelaran el vuelo a la Habana se iba a convertir en un hermoso y placentero día en Cayo Gramma con una muy agradable compañía de un vasco y un asturiano con intercambios de experiencias y opiniones creándose al final una tertulia literaria de lo más interesante.
La situación fue la siguiente. Llegué al aeropuerto con mis dos horas de adelanto como aconsejan cuando me comunican que se ha anulado el vuelo y no hay otro hasta la noche.

Como motos estábamos todos los afectados protestando en las oficinas de la compañía aérea. Con mil escusas nos convocan a volver a las seis de la tarde para ver de colocarnos en el vuelo de las ocho treinta.


La mayoría se fueron pero quedamos ocho inconformistas entre los que estaban estos nuevos amigos de incidencias llamados Dani e Iñigo.
Se nos comunica que nos iban a llevar a un hotel todo pagado hasta la hora de volver al aeropuerto, que pasarían a recogernos.
Mi primer pensamiento fue de admiración del mucho morro que tienen dejando que los conformistas se fueran sin más dando compensación solo a los protestones “quien no llora no mama” que se dice.

Lo siguiente fue que me dejaron llamar para desconvocar mis citas en la Habana con Georgina y con mi nuevo amigo/familia Damian.
Este me encareció que le llamara en cuanto llegara a La Habana fuera la hora que fuere.


Entre los tres españoles se creó muy buena sintonía y ya desde el aeropuerto fuimos juntos hasta el hotel junto al mar con unas vistas estupendas y con instalaciones de cine.

Nos dieron una habitación a cada uno de los afectados, dejamos las maletas, paseando nos acercamos “al morro” fuerte en un acantilado junto al mar en la entrada de una bahía hermosa que tiene enfrente y muy cerca el Cayo Gramma.


Por el camino vimos y oímos pasar tres aviones de los que rompen la barrera del sonido haciendo maniobras muy espectaculares. Cuando quieren giran deben alzarse en vertical hacia el cielo pues a esa velocidad se saldrían de los límites aéreos del cielo cubano.
Volaban muy bajo sobre nuestras cabezas y fue divertido verlos.

En la entrada de mar había un pequeño embarcadero donde unas barcazas hacían el transporte al cayo, cogimos una.
El paisaje maravilloso con una perfecta sensación de plenitud y paz que hacían envidiable a los moradores del pequeño cayo al que rodeamos completando nuestro paseo en menos de media hora.


Sentados en un terraza con un refresco en la mano y llevando adelante nuestra tertulia nos congratulamos los tres de la suerte de haberse anulado nuestro vuelo pues ninguno de los tres hubiéramos ido allí si no hubiera sido por ese percance.

Iñigo está casado con una cubana desde hace seis años, volvía solo a España tras las vacaciones porque su cuñada estaba enferma y su mujer se quedó a cuidarla.

A las seis y media de la tarde oimos el cañonazo que se da desde el fuerte de El Morro a la puesta del sol que se hace desde hace años.
Cuando la ciudad estaba enmurallada, se daba el cañonazo al caer el sol para avisar que se cerraban las puertas de las murallas.

A todo esto se nos pasó el día volando (sin volar) que es lo que suele ser cuando estás bien.


No nos recogieron hasta las nueve de la noche pues nuestro vuelo salía a las once y meda ya que en el avión de las ocho no cavia nadie más.
No pisamos La Habana hasta la una y media de la madrugada.

Damián estaba esperándome en el aeropuerto, nos llevó a los tres a los hoteles.

Como ya eran las dos bien pasadas de la madrugada cuando dejé la maleta y a las cinco debía levantarme para volver al aeropuerto para mi vuelo a Lima decidí no acostarme.
Me fui con mi amigo a tomar unos mojitos.

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