jueves, 19 de julio de 2012

5/11/2011 La noche blanca en La Habana. Vuelo a Lima



No fueron mojitos ni me dejó que pagara yo.
Damián paró en un supermercado para comprar una botella de vino tinto e hicimos botellón.

Parados en el coche junto al malecón, con unos vasos de plástico y un refresco de limón mezclado con el vino (para mí eso siempre fue pecado, el vino se ha de beber solo) y música de su móvil pasamos las pocas horas que quedaban para mi nueva partida esta vez hacia Perú.

Me hablo de su madre y de su padrastro ya que esta estaba divorciada. De cómo hace su vida y los valores familiares que sienten los cubanos, como se ayudan entre ellos.
Él que tiene una holgura económica debida a su profesión lleva a otros amigos de sus hijos a la piscina del club que es socio.

Me hablo de que su hijo cumplía ocho años ese día y a donde lo llevaría. Me enseñó fotos de niño que llevaba en su móvil. No me mencionó para nada a la parienta dando la impresión en todo momento que estaba divorciado hecho frecuente aquí en la isla.

Fue una noche muy agradable llena de lamentos por tener tan poco tiempo para conocernos mejor y proyectos de un nuevo encuentro futuro. Unos ardorosos besos caribeños y abrazos tiernos dieron salazón a la noche blanca.

A todo eso una llamada en su celular a las cinco de la mañana cual si fuera el despertador para avisar que ya tenía que recoger la maleta para volver al aeropuerto, le oigo hablar con alguien, a quien adivino es su mujer reprochándole que estuviera trabajando a tan intempestivas horas, podía oír la voz femenina diciendo “¿pero sabes tú qué hora es?”y le colgó. Él disimuló.
No le comenté nada para no violentarlo.

Cuando me despedí de él en el aeropuerto le pedí que se cuidara y que cuidara sus ojos, no sea que un día de estos se los saquen.
No sé si entendió la sutil ironía pues es algo muy español y antiguo que si miras a otras mujeres la tuya te amenaza de que te arrancara los ojos.

El vuelo hasta Bogotá donde hice la primera escala tuve suerte que iba muy vacio y pude estirarme a dormir parte de las tres horas que duró.
El transito, como debe ser fue sin salir del aeropuerto no como los bordes de Los Angeles EE.UU. que te hacen salir y volver a entrar.

La espera en Bogotá fue deliciosa, mágica. Nunca mejor dicho ya que estábamos en una sala y oia la conversación de tres cubanos que no viajaban juntos, seguramente exiliados pues tenían pasaporte de Venezuela uno y de Colombia los otros dos.

Intervine en su conversación alertada por las cosas que decían de los atracos con violencia que se producían en calles céntricas a cualquier hora del día en Venezuela.
Intercambiando pareceres del estado actual de Cuba y resto de Centroamérica nos dijo uno de ellos, Eduardo, que era mago.

Estuvo hablándonos de teoría sobre interpretación (estudio en una universidad de Cuba ciencias escénicas) nos hizo demostraciones de lo que explicaba aderezado con algunos juegos de magia.

Nos tenía con la boca abierta escuchándole, viéndole escenificar lo que decía y sobre todo como lo decía. Se le iluminaba la cara. Seguro que le gustaba su profesión porque nos tuvo tres horas embelesados.

Llegue a Lima tarde, sin casi haber dormido pero encantada con todo lo acontecido durante el día.

Por fin estoy de nuevo en un backpacker y con wifi.

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